martes, 22 de mayo de 2012
La chaqueta +práctica
Me dice María Casado: "Pilar, todos llevamos una chaqueta y todos sabemos si nos tira de la sisa, si son las mangas las que nos quedan cortas, largas o el botón no abrocha... lo suyo es saber ajustársela, remangársela o llevarla abierta". Y entonces pienso yo: "Claro, tú eres la presentadora del Telediario, chasquea los dedos y tendrás la chaqueta perfecta, así cualquiera". Pero, más allá de este tipo de cosas que se me pasan de vez en cuando por la cabeza y que, menos mal que me las callo, su metáfora sobre chaquetas y ajustes, es uno de los mejores consejos que he recibido y que últimamente ronda mi mente. María tiene razón, adaptarse o morir, potenciar lo bueno que tienes y disimular lo que haces peor y esto es algo que la gente que no para de quejarse por todo jamás entiende.
Hace 25 años en un lago de Carolina del Norte se rodaba una de mis escenas favoritas de siempre. Patrick Swayze y Jennifer Grey perfeccionaban un paso de baile y, literalmente, se morían de frío. Sin embargo, si preguntas a cualquiera de los espectadores/fans de la película Dirty Dancing, te hablarán de sensualidad, ternura, deseo, pasión, amor, belleza... pero jamás de algo tan desagradable como que los actores tenían los labios morados y, apenas podían articular palabra. La chaqueta que llevaban en ese momento es la siguiente: otoño, frío, árboles caducos, poco presupuesto y un plan de rodaje para ¡ya! ¡Ah! que no se os olvide que es verano y es una escena tórrida y sexy. Por eso, en esta, que es una de esas escenas románticas en las que se supone que deben primar los primeros planos, todos son planos generales para evitar el momento "tienen los labios morados", los árboles están pintados con espray verde y, lo más importante, la música y lo que cuentan estas imágenes no pueden ser más bonitos. Evitar lo malo y quedarnos con lo bueno.
Crisis, paro, un empleo precario y mal pagado, falta de volores, una sociedad corrupta, gente triste y su dichosa prima... La chaqueta que me toca ponerme todos los días a las ocho en punto no me gusta. Es hortera y pasada de moda, me hace gorda y, en ocasiones me asfixia, vamos, que hasta tiene un lazo, con lo que yo los odio. Podría pasarme la vida quejándome, taparme hasta la nariz y dejar de escuchar el despertador para no ponérmela, pero el plan de rodaje no lo decido yo, tampoco si es invierno y hace frío. Vamos, que la vida no va a esperar por mí ni por nadie a que de nuevo todos tengamos una preciosa chaqueta de tweed de Chanel. Eso sí, yo me encargo de que esa chaqueta vaya siempre limpia y reluciente, de disimular el lazo con un pañuelo de mi madre que me encanta, de que mi trabajo la haga bonita, de cantarle un poquito para que esté contenta y de sacarla de vez en cuando a bailar, para que se sienta joven y no parezca caduca. Pues sí, me he cansado de las quejas y mi propósito ahora es ajustar esa chaqueta para que parezca nueva, como si Gabrielle la acabara de coser para mí.
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