domingo, 5 de septiembre de 2010

Cómo conocí a Amancio Ortega

Hay una película con la que no sólo podría escribir esta entrada, sino muchísimas más. Forrest Gump es una de mis favoritas de siempre, y también, una de las que se me vino a la mente el viernes cuando visitaba la sede de Inditex en Arteixo (A Coruña).

El llamado "efecto Forrest Gump", con el que algunos cinéfilos han denominado a la incursión de un personaje de la película en un momento historico, tuvo lugar delante de mis narices. Como le ocurría a Forest, todo se volvió blanco y negro, justo en el momento en el que la mujer encargada de la visita (una gallega muy amable) nos contaba la importancia de los escaparates en Zara.

Pero antes de seguir con la historia, tengo que contaros otra que ocurrió casi cien años atrás. Para ser más concreta, en los años 20 del pasado siglo, cuando mi abuela Joaquina era una adolescente, y paseando por la playa de mi pueblo (Sanlúcar, que no San Lucas) se cruzó con el Rey Alfonso XIII, que se dirigía al Coto de Doñana a cazar. Ella no sabía quién era hasta que alguien se lo indicó, y cuenta siempre que nunca podría haber imaginado en ese momento que ése era el hombre que daría paso a una República, una horrible guerra civil, y aún más horrible dictadura.

Pues bien, ahí estaba yo tan despistada como siempre, escuchando a Ita, que así se llama la encargada de comunicación de Zara. Cuando de repente, pasa un hombre que yo jamás hubiera reconocido, sobre todo por su afán de anonimato, y la mujer nos dice: "Ahí está Ortega".

Cuando me quiero dar cuenta, ya no está a la vista, ha entrado en otra sala a ocuparse de algún asunto. Visto y no visto, me siento como Forrest recogiendo un libro al primer estudiante negro que fue a la universidad en EEUU, y como mi abuela cuando se da cuenta de que el hombre con bigote que se monta en una barca es de sangre azul.

Un día después de poner en marcha la tienda on-line, que seguro habrá cambiado algo en la historia de todos, aunque todavía no lo sepamos y como lo ha hecho desde sus inicios, me cruzo al desencadenante de todo, y ni siquiera me doy cuenta.

Pero esta historia es así, y me quedo con la buenísima impresión que me ha causado su modelo de negocio, y con el privilegio que es haber podido ver en primera persona con la inteligencia que hacen todo.

No podría ser en otro sitio que en Galicia, un lugar mágico, que te enseña que el camino es duro pero tiene su recompensa, y que algo muy bello como la plaza del Obradoiro comenzó con una idea y una piedra. En esta ocasión no hubo abrazo al santo, pero dejémoslo así, el hombre estaba trabajando, y probablemente al conocerlo el mito se nos hubiera caído, como pasa siempre.

Al día siguiente visito Santiago, y no me voy de allí sin antes pedir un deseo (por eso de las meigas y el santo). Claro que, qué es y cómo se cumplirá es una historia que os contaré otro día.